Eduardo López Jaramillo, recuerdos del poeta


Las escaleras llevan a una calle oculta a Pereira. La cita con José Fernando Marín, el ‘Flaco’, fue acordada de manera presurosa. Es domingo y la ciudad se muestra tranquila bajo la lluvia.
“Nací en Pereira, población del eje cafetero, el 11 de agosto de 1947.Lo más memorable de mi infancia fue haber aprendido a leer, pues pronto descubrí la literatura y el amor que despertó en mí ese arte no sólo enriqueció prodigiosamente mi vida, sino que me sirvió para sobrellevar la cotidiana violencia que no ha cesado en este país desde el martirio de Gaitán”.

Desde afuera, gracias a un ventanal que deja ver el interior de su casa, sin indicio de niños o familia numerosa, puedo observar al Flaco en una lectura imparable del Quijote. Me parece que la imagen de hombre alto, delgado y canoso no tiene mucha diferencia con la del señor Quijano. Cuando toco tres veces la puerta principal, el Flaco deja el libro de Cervantes y pronto da la bienvenida por la ventana mientras me abre e invita a seguir. Luego coloca un disco de Jazz muy suave y se acomoda en una silla de un comedor pequeño a esperar las preguntas.

Pienso en la persona por la que estoy ahí este domingo, Eduardo López Jaramillo, aquel poeta de provincia desobediente de todo movimiento literario de su momento y devoto profundo del prohibido marqués de Sade; y recuerdo ese otro domingo, un 15 de abril de 1985, cuando el Flaco, junto a Helena Grisales, tuvo la oportunidad de entrevistarlo en el programa radial ‘La Buhardilla’ de la entonces Emisora Musicando F.M. Stéreo. Algunos versos del poeta para Helena llegan:
Pero te aman también estas palabras
Incapaces de olvido, duras y ciertas

“Creo que la poesía era una constante en Eduardo, por consiguiente lo que él escribiera, tanto en el ensayo como en la novela, siempre salía a relucir el poeta por la manera como manejaba el idioma, la manera como lograba capturar lo que verdaderamente quería expresar” Dice el Flaco saboreando cada palabra suya al evocar al poeta en la que una Pereira de la década de los ochenta encontró a su gestor cultural.

Desde sus manos se construyeron espacios para promover diversas expresiones artísticas de una ciudad comentada en el país por la figura del maestro Luis Carlos Gonzáles, como la ‘Sociedad de amigos del arte’, que a través de su trabajo anual en los ‘Salones de Agosto’ permitió la participación de pintores locales al mostrar sus obras por fuera de los talleres donde nacían. En ‘El sino de Eduardo López Jaramillo’ el escritor y docente Alberto Verón Ospina recuerda: “La sociedad quedaba en un viejo caserón, vecino al edificio de los Seguros Sociales, sobre la carrera sexta. Una de esas casas pereiranas, inolvidables, de bahareque resistente, con un patio central poblado de azaleas y amplios salones, mientras que al fondo unas escaleras interiores conducían a otro piso bajo, que durante algún tiempo benefició las inquietudes plásticas de los artistas locales. En esa casa tuvieron cabida durante los años sesenta el teatro y la música, y por sus salones pasaron los representantes del arte regional del momento”.  

También con la colección de poesía bautizada ‘El Soto y su Donaire’, según cuenta el Flaco nombrada así por las palabras del místico español Juan de la Cruz, el poeta inició la publicación de escritores locales como Julián Serna Arango y Jaime Valencia Villa. Además fue el director desde 1981, hasta la publicación número 10  en 1997, de la Revista Pereira Cultural, la cual, en su edición 18 del 2003, realizó un especial al poeta titulado ‘Eduardo López a pleno sol, un homenaje a su memoria’.

“Pereira Cultural es una revista mejor conocida fuera de Pereira, porque desde un principio esa fue la mentalidad con la cual se pensó en editar un número anual que de alguna manera representara la cultura de esta ciudad”.

Junto al poeta, la ciudad sin puertas dio la bienvenida a escritores nacionales como Germán Arciniegas, Eduardo Carranza, Fernando Charry Lara, Luís Vidales, Pedro Gómez Valderrama y Andrés Holguín, quienes llenaron con palabras y lecturas las ansias de jóvenes de provincia por querer comerse cada rincón del universo. La invitación era al acercamiento a un jardín intelectual y artístico que parecía lugar difícil de encontrar para Pereira. En papeles, festivales, conferencias, pinturas, obras de teatro, los nuevos y los viejos de la región llevaron un diálogo que anhelaba eliminar fronteras y llegar a oídos de otras ciudades.      

Miro al Flaco y encuentro en sus palabras una parte de ese activismo por interesar a la ciudad en el arte. Le pido entonces que busque en su memoria, en cada charla con el poeta, y lo señale en sus recuerdos. El Flaco se abstrae del espacio y tiempo actual y luego de dejarme solo por un breve momento con las notas de jazz, privilegiadas ahora sobre el golpeteo de la lluvia, retorna de manera paulatina para dar el lugar meritorio a un hombre que antes de dar pulmones y corazón a la cultura en Pereira, en actos dignos del hidalgo de la Mancha sobre su aventura no imposible en una región muchas veces conservadora, era, es, su obra literaria  “E…Eduardo, en una de tantas tertulias, alguna vez me dijo que si habría que recordarlo le gustaría que fuera como poeta”. Desde afuera veo que el Flaco vuelve al Quijote.

“Contaba dieciocho años y Europa me resultó enormemente estimulante. La gótica Lovaina, con sus treinta y cinco mil estudiantes venidos de los cinco continentes, acostumbró mi conciencia a una visión pluralista del hombre y empecé a vivir de lleno el siglo XX”.

Me dice don Benjamín Saldarriaga que conversar con el poeta era un encuentro placentero. Al escuchar la sonoridad de su voz, esa “verdadera caja musical”, en medio de caminatas dominicales por las periferias de la ciudad, encontraba un grato pasatiempo en el que los temas tratados iban desde el arte y la heráldica hasta los problemas sociales en Pereira.

“Nos ocupábamos mucho del factor sociológico, pues los sitios deprimentes de la ciudad los visitábamos para poder empaparnos de esos sectores de miseria, para compararlos con otros… Y entonces intercambiábamos ya elementos políticos y sociales”.

Don Benjamín, quien me habla en medio de los ruidos comunes en una universidad a la hora de almuerzo, con lentitud para poder darse a entender y cierto énfasis en algunas palabras, fue graduado el 5 de diciembre del 2006 por la Universidad Tecnológica de Pereira con el título Licenciado en Música Honoris Causa; y ese, la música, su tema más recurrente y del cual escribió en varias revistas culturales del país, lo aprovechó el poeta al instarlo a preparar para cada fin de semana un artículo que saldría publicado en el entonces suplemento dominical que coordinaba,  ‘A pleno sol’ del periódico La Tarde.

Aquella voz del poeta también estuvo presente en 25 años de docencia, dirigiendo el Departamento de Español del colegio Inem y dictando cátedras de historia y literatura en la UTP, además de orientar el área de humanidades de la Universidad Católica. “Hoy sería difícil precisar cuántas conferencias, cuántas horas de clase he dictado en veinticinco años o cuánta tiza ha pasado ente mis manos”, lo que le permitió al poeta un acercamiento a los jóvenes deseosos de animar a una ciudad que poco se leía  y se narraba a si misma.

Fue en 1990, recién inaugurada la “Emisora Cultural Remigio Antonio Cañarte”, un 15 de mayo, que el poeta tuvo a su disposición algunos micrófonos para llegar con su voz a los inquietos oyentes pereiranos que en las doscientas horas de vida del programa radial ‘Sólo a dos voces’ encontraron reseñas sobre escritores de la región, música universal y especiales acerca de la vida y obra de Marguerite Yourcenar, León de Greiff, Walt Whitman, Jorge Luís Borges, Franz Kafka, Luis Cernuda y el Nobel Octavio Paz, éste último quien fuera su maestro cuando el poeta en 1969, de 22 años y luego de una corta estadía en Pereira tras su regreso de Europa, viaja a Estados Unidos y se inscribe en algunas clases que el mexicano del ‘El arco y la lira’ dictaría en la ciudad de Pittsburg, Pensilvania. “En la persona de Octavio Paz pude frecuentar a un escritor de primera magnitud, hombre de cultura universal, verdadero testigo de nuestro tiempo. Había renunciado a la embajada en la India y acababa de escribir ‘Renga’, en París con otros poetas accidentales. Fue lo suficientemente amable para interesarse por mi trabajo, confirmando mi vocación y estimulando mi esfuerzo”.

Don Benjamín me mira inquisitivo y como esperando encontrar la respuesta justa. Ya los estudiantes universitarios se retiran a sus clases con cierta pereza en los ojos, mientras espero con impaciencia las palabras de uno de los amigos más cercanos del poeta. “Por convicción” dice don Benjamín y se refiere a la serie de ensayos que componen el ‘El ojo y la clepsidra’, libro con el cual el Fondo Mixto para la Cultura y las Artes de Risaralda inicia su colección literaria de escritores regionales en 1995 “convencido de la trascendencia de la obra de esos maestros, que son maestros para la eternidad. Ojalá las gentes todas trataran de imitar a alguno de ellos”. El faraón Akhenatón, José Asunción Silva, Federico García Lorca y el Marqués de Sade hacen su aparición en la obra del poeta. 

“El personaje de la obra actualmente en marcha es el joven marqués de Sade y tiene como fondo narrativo un panorama del Antiguo Régimen, durante el reinado de Luís XV, con su corte deslumbrante y libertina”. Arribo de noche a una casa rodeada por prostíbulos inexistentes para el falto de experiencia y por el conocido local alquilado en el que miles de feligreses pereiranos alaban y auxilian con dinero al espíritu santo de Pablo Portela. Una mujer que parece estar por los cincuenta me abre e invita  a pasar a una sala  custodiada por la imagen a lápiz de Walt Whitman y Ludwig van Beethoven. Rosina Molina Reyes parece encarnar la idea que tengo de la escritora de novelas policíacas: delgada, anteojos de lente oscuro, cabello gris y cierta postura corporal que remite al autor que sabe por anticipado la respuesta del enigma implantado luego de la muerte de un personaje suyo a causa de un cuchillo clavado en la espalda.

“Llegó buscando un lugar para hacer su conferencia, esta, y claro en la librería. Ahí el doctor Drews que era en ese tiempo mi patrón y yo le dijimos claro Eduardo lo que tenga que decir, lo que tenga que decir”. Fue en 1968, en la ya desaparecida Librería Quimbaya, de Carlos Drews Castro,  y al volver de sus estudios en Bélgica en la Universidad de Lovaina, que el poeta muestra por primera vez a Pereira a su continuo marqués de Sade con un ensayo titulado ‘Introducción a Sade’, el cual apareció por primera vez publicado en 1971 en la revista literaria editada por el Nobel español Camilo José Cela, ‘Papeles de Son Armadans’, y que luego fue retomado para ser parte del libro ‘El ojo y la clepsidra’: “En vida Sade siempre fue un vencido. Rehusado por su sociedad, despreciado por la aristocracia de la cual hacía apología, condenado a la guillotina por el pueblo, en el cual quiso creer durante un instante la revolución, superado por la fuerza de sus creaturas novelísticas, devorado por los celos, desconcertado finalmente en el centro de su universo ficticio que le imponía la soledad y el silencio sin los cuales no hubiera visto el día. La vida hizo de él un esclavo aparentemente servil e inofensivo. En el fondo de su debilidad crecía, sin embargo, una rebeldía”. 

Entre otros recuerdos sobre el poeta, además de un ejemplar de ‘Papeles de Son Armadans’ que Rosina Molina guarda con recelo, sobre la mesa del comedor están los primeros números de ‘Pereira Cultural’, algunas fotografías, la traducción de la obra del poeta Constantín Cavafy, ‘poemas canónicos de Constantin Cavafy’, y de Ezra Pound, ‘Poemas de amor del antiguo Egipto’ y el manuscrito de un libro inédito, ‘Cuando escuches de grandes amores’, entorno al amor y a los personajes de Pedro Abelardo y Juan Sebastián Bach. Pero aquellas páginas no han pasado ser más que lecturas sólo para amigos cercanos y desconocidas o ignoradas por la ciudad poco comprensible con sus artistas, como dice Alberto Verón: “Con tiradas no mayores de mil ejemplares, extraviadas en los rincones más lejanos de las bibliotecas privadas, o viviendo en frío del andén en algún “agáchese” de la galería, el sino del escritor de provincia representado por Eduardo López Jaramillo, encarna la indiferencia de la ciudad y la sociedad contemporánea, no sólo con el artista, sino también hacia la misma memoria cultural de la localidad”.

Rosina Molina deja la primera figura de aquel joven poeta de 1968 en la Librería Quimbaya y recuerda la última que tuvo de él a los 55 años cuando realizaba una conferencia sobre su constante Sade. Es en una noche de marzo del 2003, en un recinto de la Alianza Colombo Francesa donde el poeta expone y da a conocer su novela histórica ‘Memorias de la casa de Sade’, ganadora del primer premio del XIX Concurso Anual de Novela ‘Aniversario Ciudad de Pereira’ del 2002 del Instituto de Cultura de Pereira.

El lugar estaba lleno de variados intereses. Sus viejos amigos, su generación y una gran inquietud juvenil por conocer la obra escuchaban la voz de quien anunciaba al autor de ‘Justine’, el francés rebelde del siglo XVIII, como un personaje literario. Pero las palabras entrecortadas del poeta, la falta de aire que Rosina veía como un mal que los espectadores le procuraban por el conglomerado en un lugar tan pequeño, caen de súbito y el poeta pierde el  conocimiento. Es entonces cuando el escritor y docente Cesar Valencia Solanilla toma la palabra y realiza una intervención improvisada mientras el autor de ‘Lógicas y otros poemas’ y ‘Hay en tus ojos realidad’ es atendido y sacado de la Alianza Colombo Francesa. Luego de doce días, en Marzo 12 del 2003, el poeta muere.
“Siempre me quedó ese sin sabor, amargo, de esa noche, pero de todas maneras Eduardo, Eduardo López Jaramillo, como muchísimos de los grandes murió como decimos en las tablas” Dice Rosina Molina entre sus recuerdos a nunca olvidar.

“Acabo de cumplir cincuenta años y es la primera vez que me ocupo en redactar apuntes para una biografía. Me he referido en ellos a mi oficio de escritor, que es lo que he ambicionado ser para mis semejantes, pues el resto de las circunstancias – el placer y la amistad, los improperios de la suerte, la belleza del mundo y los rigores del arte, los días que un tras otro nos abandonan -, representan el entrañable y efímero acontecer de lo humano que por fortuna nos compromete a todos”. Eduardo López Jaramillo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

el poeta eduardo lopez jaramillo fue mi profesor en el inem ,sus clases eran exquisitas,sabias .recuerdo que nos hablaba de literatura en general incluida la griega mi favorita por su fantasia ,tenia una voz hermosa ,y jamas nos dormiamos en su clase por ue daba gusto escucharlo..al final de clase hibamos a la biblioteca a pasar los apuntes y extender los temas de lo ue habiamos aprendido con el ,cuando llegaba de nuevo el dia de clase nos sabamos por orden de alfabeto ,y de sorpresa nos pedia los cuadernos daba una nota y ademas ueria saber ue yanto habiamos tomado apuntes,se fijaba en la letra ortografia ,era estricto pero excelente profesor...un recuerdo que tengo presente al finalizar el grado me pidio ue le regalara mis cuadernos ,por que le parecia ue eran los mejores ,decia ue tenia muy buena letra,ademas tambien fui nombrada por el presidenta de la semana cultural ah ue bellos recuerdos que buen prefesor........los mejores recuerdos de un sabio siempre lo recordare profesor ,poeta EDUARDO LOPEZ JARAMILLO ........