ESPEJO TEÑIDO, recorrido en 115 RX


Por. Juan David Molina 

En cada esquina están los muchachos, que quieren correr, tener, y mostrar lo que consiguen; lo nuevo, los nuevos tennis. En esa época los mejores eran los del chulo grande; como la época era de cambios, el chulo era colorido… se veía mucho el rojo, eran los nike que traían o  mandaban las tías, los primos, y hasta quizás los padres, que los han dejado solos, y se han marchado de este país. 

Los destinos a donde voló la gente, para enviarle dinero a la familia, eran los más conocidos: Nueva York, París, Londres; mucha gente también andaba en Caracas. Los muchachos se sienten bien, se sienten nuevos, están “embambados”, repletos de anillos y cadenas de oro; lo exigía el momento, lo que era de plata, era pa’l “chichipato”. Hasta sin bañarse se paran en las esquinas, a mostrarse nuevecitos. También muestran sus camisetas anchas, unas de la “NBA”, y otras con letras grandes que formaban los nombres de equipos de fútbol americano, creo que no los conocieron, ni siquiera los de basket, al fin y al cabo también eran unos chichipatos.

Allí están en la esquina, hablando de la rumba, de las nenas, de los negocios pequeños, de lo que le pasó al jíbaro del otro barrio, de aquél que mataron, de a los que les robaron; también de qué es lo que hay pa’ hacer en la noche, el parche de la noche; y en esta época, todo gira entorno a la salsa, estoy hablando del 90 para arriba, cuando el Grupo Niche y Guayacán Orquesta empezaban a sonar duro. Las canciones de estos dos movimientos eran las dedicadas a las muchachas, que se pintaban y resaltaban las líneas de su rostro con colores poco reales.
Olía a loción traída de los Estados Unidos por el lado de los manes y de las nenas, que se preparaban para ir a tirar paso, un sábado, casi a las seis de la tarde; ya olía a rumba, ya olía a Sayrón, que era un bailadero en donde la especialidad era la salsa, y tenía de lo nuevo, era el boom de la salsa romántica.

Sayrón quedaba encima de un barrio llamado Alfonso López, en todo el frente de una iglesia famosa por un padre negociante que hizo, y hace mucha plata aquí en la ciudad, al que le dicen Pacho Plata. Este sí que fue un personaje bien nombrado en los 90; y es que esa década fue ruptura, de desgarre, y de apuesta al cambio. Quinceañera sin música y misa del padre pacho, no era quinceañera digna.

Berlín

En la altura de la ciudad de Pereira, aparece el barrio Berlín; y aquí es donde nos encontramos. Nombrarlo era sinónimo de fiesta, de combos en las esquinas, de la antesala a la rumba, a la rumba rumba; lo más importante era estar bien fino, bien bacán, o siquiera aparentarlo; oler bien era muy importante.
Las chaquetas de cuero estaban en furor. Mi padre que trabajaba allí cerca, a una cuadra del Berlín, le compró una chaqueta a uno de los personajes de dicho barrio, que tenía fama de “liso”, hasta que en una ocasión no se pudo resbalar y lo mataron. En el Berlín usted encontraba lo fino, lo traído de Nueva York, y que si era traído de allí, era como un regalo de niño Dios, es más sincero, y el Berlín está más cerca de él; Santa Claus es de otros sectores, del que queda más arribista. Decir que algo era traído de Nueva York, era como el imaginario de una gran marca, la más comercial, la más conocida, la del furor, y la del momento. 

En el Berlín la mayoría de negocios eran así; vender lo que venía de afuera, y lo que deslumbraba por la calidad, esto fue un barrio calidoso; respecto a los muchachos, no podrían denominarse como hoy en día “fresas”, porque no lo eran, no eran tan cómodos; muchos de ellos trabajaban duro, sólo para darse gusto los fines de semana, para comprar una camiseta o un jean, y gastar en la rumbita.

Me acuerdo de El tucán, hoy ya tiene una familia, y hace sus businesses, a parte, me reservo los tipos de negocios. Él trabajó como ayudante en un taller de zapatería que tenía un tío, y que al mismo tiempo era dueño de Sayrón. El tucán, según mi padre, era el mejor discómano que tenía el bailadero, conocía a los muchachos del barrio; por esta razón, siempre que llegaba a colocar los long plays, los ponía a bailar, empezaba con El día de mi suerte de Héctor Lavoe, y terminaba con El ratón de Cheo Feliciano, un “tema”  para salir a la madrugada.
En el tiempo entre las dos canciones, también sonaba Michael Jackson, con la del comercial de Pepsi, en una de las épocas de promoción de Dick Tracy, y Juan Luis Guerra cuando quería convertirse en pez; luego venía El baile del perrito, Sonido bestial, Un vestido bonito de Guayacán Orquesta,  y todo lo que hiciera parar a las mujeres de sus mesas y las hiciera mover sus cuerpos de curvas de barrio, honestas, que parecían hechas con un lapicero, y no las que ahora parecen ser hechas con un marcador por culpa de los cánones de belleza. La cerveza que tenía pintada el bailadero, en un vidrio de un ventanal grande que daba a la calle, con el nombre del lugar, se regaba por culpa de la rumba, la espuma caía hasta el barrio Alfonso López.

El planchón

El taller de calzado quedaba entre el barrio Berlín y El planchón, así le decían a una de las últimas calles de un barrio primo hermano, y jíbaro, llamado Villavicencio. La calle limitaba con “La carrilera”, otro sector caliente; en donde se corría en moto DT, y creo que hasta hoy se corre con ellas envenenadas, eran las preferidas por los sicarios para hacer sus vueltas, y esta ruta parecía ser la del escape.

Y el que se encontraba en alguna encrucijada en el Berlín, no tenía otra, sino la de correr cuesta abajo, de la carrera 10 con calle 5, hasta la 7 bis, que era donde empezaba El planchón. Este sitio era famoso por la venta de estupefacientes. Recuerdo más de un allanamiento que vi, a los sitios de venta, cuando era niño; también recuerdo, como autos con grandes calcomanías de águilas o calaveras en su capot y con la música de los Guns  and Roses a todo volumen, se quedaban quietos en la esquina, esperando a que su piloto bajara las escaleras que están a la entrada del planchón, y luego este volvía, le gastaba llanta al carro, y arrancaba como si llevara el demonio. Ésto pasaba mucho en semana, los mismos policías de siempre, llegaban los sábados y domingos.
La policía “raqueteaba”  a los muchachos de la esquina del planchón, los vaciados, los que no tenían nada en sus bolsillos, quizás dos “Cachos”  de marihuana. Los policías se creían indestructibles, los sabios, pero no se atrevían a subir al Berlín. Recuerdo mucho, cascos grandes con las letras PM de la policía, esos eran los duros, los que iban de vez en cuando en toda la semana, y nunca encontraban nada.

Me acuerdo también de mafia, un personaje bravo y liso, siempre lo vi subiendo y bajando, llevando y trayendo. Cuando al Berlín llegaban a buscar a alguien, porque específicamente era a alguien, todos terminaban escondiéndose en El planchón, o seguían hasta encontrar la Carrilera, se desaparecían un día, y luego regresaban.

La ruta hasta El planchón era pura escalera, muy solas por cierto. Del Berlín para arriba quedan unos huecos, que lo separan de la Avenida Circunvalar, donde también mercan los “intelectualoides”  que viven en aquél sector. Esos son los que más compran, porque tienen más plata, ellos son los fresas. En la ciudad de Pereira, el más fresa, y cómodo, es el que más consume, porque no se preocupa por nada… por conseguirlo, todo lo tiene.
En esos huecos siempre ha existido la droga, cada hueco es cuidado, controlado, y “campaneado” , en las esquinas se encuentran los de la “vieja guardia”  hablando de lo de siempre, ellos hablan de todo, y saben de todo, saben narrar, conocen las historias; la mayoría de ellos siempre se han encontrado en las esquinas y se han pillado los visajes.  Se ven cervezas, puras “Poker”. 

En los huecos la historia es diferente; allí abajo todo es de movida, viene el cliente, da el dinero, el que la vende no lo mira a los ojos, la tiene escondida detrás de algo, la trae y chao, ni siquiera dice mucho gusto, y el que lleva tiempo cayendo al hueco, ya se le ha olvidado decir: gracias. La venta es sin lenguaje, puro acto rápido. El negocio es familiar.

Juego y bohemia

El juego en las esquinas ha sido importante, sobre todo en los billares; allí se encontraba de todo, dominó, dados, poker. Los que más juegan y jugaban siempre han sido los más viejos, y llevaban las caras de los perros, se parecían a los del cuadro clásico de los billares la 5, ese cuadro es una foto que no se puede borrar, y que es punto de referencia en el barrio.

Los billares Royal han sido raros, quietos, pero según una voz de siempre, es el lugar de bravos, es un billar reservado. Siempre sonó tango, echarle un vistazo era ver una nebulosa fuerte y densa. Al frente, en una casa que fue de bareque y que hace rato le hicieron la fusión con un parqueadero, se vendió morcilla; y era famosa. Subían todos los del Villavicencio; muchos niños, mucho muchacho con ganas de rumba, mucho man con ganas de no caerse después de tanta farra. Las filas con un plato eran por todo el viejo rancho; y era un rancho grande de familia, que también estaba fusionado con el negocio. Este lugar era de integración, de amigos y conocidos; de hijos, de vecinos, se sentía mucha confianza allí, mucha unión. Recuerdo que me sentaban con mi hermana en un lavadero a tomar caldo, el lugar se llenaba tanto, que no había sitio para sentarse, mucha gente se comía su plato en la misma cocina del lugar.    
 
Rigoleto ha sido una fuente de soda memorable en el barrio; es atendida por sus dueños, así que tiene su propia vida y experiencia. Es hermana de otras dos que fueron conocidas, y a ellas también quiero hacerles un homenaje; quedaban una cuadra abajo. El Guadacanal que también era un billar, hoy llamado y transformado en Los Guaros, y El pequeño azul; estos eran los bohemios y clásicos. La música era seleccionada y existía el LP inédito. Mi abuelo jugaba billar allí.

Rigoleto tuvo historias de todo tipo, su ambiente se torna al romance clandestino, y hasta los días de hoy, todavía suena Leonardo Favio y Camilo Sesto en las tardes, luego las canciones de Adamo; cuando el sitio se encuentra solo, y un amigo va a saludar a rigo, que es el dueño, no hay mejor charla en Rigoleto, además de la compañía de su cómplice, la soledad.

En un tiempo, allí se tertuliaba. Los muchachos lo frecuentaban, pero los tiempos han cambiado; la juventud ha cambiado, y los muchachos ahora prefieren parquear los carros en una esquina y escuchar reggaetón.
El pequeño azul también era de encuentro, una tabernita llena de historias de gente, de “camelladores” , amores juveniles, y por la cara de mi padre, como que muy agradable, porque cuando me la nombra, saca una sonrisa de remembranza.    
 
El Berlín y el Villavicencio siempre fueron conocidos por la “ola”  de la zapatería, también por los muchachos en sus esquinas que cuidaban cada cuadra, y la defendían; todo el tiempo se veían por ahí, de día y de noche se encontraba a los vagos, también a los que esperaban algún negocio que exigiera rapidez y maña. Tuvieron fama de barrios bravos, y el Berlín tenía dos caletas, El planchón, y los huecos, allí se conseguía de todo.
Los barrios San Judas y Berlín tuvieron sus “roces”, al fin y al cabo eran barrios salseros. En San Judas la onda era más Ismael Rivera y los hermanos Lebrón; y todo este momento fue por la época del “sicariato”, estaba sonando mucha bala, mucho “piso”, Pablo Escobar y el cartel de Medellín estaban de moda. En Cali, en cambio, se escuchaban los Rodríguez Orejuela.

Cañón

Algunos muchachos en el Berlín optaron por esta nueva forma de “camello”, era el hecho de conseguir un arma de fuego, escuadra, calibre 38; tener buena puntería, nervios de acero, chaqueta de cuero bien fina que acobije el arma, y el alma; la chaqueta da estatus. También una moto bien “engallada”, saber pasar por desapercibido y, lo más importante, no saber correr en la moto, sino volar.
El Berlín ha sido un barrio de billares, el juego para los calculadores; estos lugares de ocio han sido de mucho entrenamiento para las vueltas. Algunos muchachos esperan a los clientes en estos sitios; las esquinas también se estigmatizaron como puntos de encuentro. El perico estaba en furor, lo que también ayudaba a crear temerarios en las esquinas, que decidían rápido, se montaban en sus RX 115 y ya tenían el blanco.
Se imagina un barrio, se pregunta a los de la década de los 80 acerca del barrio Berlín, y me responden, “Ahí se consigue de todo, “apartamenteros”, sicarios”. Pero esto fue una visión de época, son imaginarios que existen en la gente para generalizar un espacio, el Berlín no es eso, Berlín es un barrio de gente trabajadora, que como todo barrio, tiene sus antecedentes.  

Ahora, el barrio anda controlado, no se ve tanto color en su vida de salsa, los asuntos y los “bussineses”  son más reservados, están controlados. El barrio está cuidado, todo está “campaneado”, personajes como El bombillo andan vigilados, no pueden hacer nada, sólo contribuirle a la gente con mandados a lo bien, el que llegue a sabotear el lugar, le va mal.

Siguen los muchachos en las esquinas, pero ya no tantos; hablan de lo mismo, pero la carátula cada vez se hace más de plástico y se esconde, las rumbas ya no son en Sayrón, sino en la zona rosa, Avenida Circunvalar o en Rancho alegre, en el sector de La Badea. La vestimenta es diferente, más casual por parte de los muchachos de hoy, que no huelen a loción.

En los encontrones de los combos del Berlín con los de San Judas, se le avisaba a la gente, se tocaban los portones de las casas del barrio para que salieran y se dieran cuenta de quienes estaban con ellos, de quienes eran los del problema, y qué hacían, la gente era testigo, pero esto con el tiempo se acabó, como se acabó el sicariato, como se acabó la morcilla, como se acabó la telenovela Cartas de amor, que fue grabada en el barrio, para la televisión colombiana de 1997, con la mala actuación de Marcelo Cezán.

Amanece y todo el barrio calla, empieza a sonar la sabiduría, las experiencias y el dolor con el violín de la canción del viejo “Willie” . El barrio fue pasional, la sinceridad de su gente lo ha consolidado como uno de los primeros referentes históricos en la ciudad; la transformación de la ciudad lo ha olvidado y se lo ha tragado. Él está escondido pero sigue estando arriba, muchos lo desconocen y ni siquiera lo conocen, ellos son los vendidos, a ellos sí debería tragárselos la ciudad.

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