Los días de ‘Besago’



Por. Gustavo Vargas



Recordaba Benjamín Saldarriaga sus recorridos de infancia por las calles de una Pereira en la década de los cuarenta para visitar la biblioteca personal de Rafael López, abuelo paterno del escritor Eduardo López Jaramillo. Recordaba Benjamín Saldarriaga la búsqueda, al entrar en esa casa esquinera de la calle 14 con carrera 19, en anaqueles repletos de libros de literatura universal, el primer tomo de los ‘Miserables’ de Víctor Hugo. Había que pagar cinco centavos a Rafael López y así alquilar el tomo, leerlo en una semana, y luego volver con otros cinco centavos en busca del segundo y con el primero en buen estado.

Recordaba en otro momento sus manuscritos “durmiendo sobre el escritorio”, esperando una posible edición de por lo menos seis libros suyos, dos serán publicados este año. Recordaba que más de 45 años de su vida ha permanecido solo, entregado a sus investigaciones musicales “con una buena biblioteca, una buena colección de música, y unas ganas de escribir con mucha frecuencia de lo que a mi me gusta”. Recordaba su ciudad, como “pereirano que ama a morir a su pueblo” el trabajo realizado en su labor política y cultural y esperando dejar un legado a Pereira con la publicación de alguna de sus obras por las generaciones siguientes.
Los días martes y jueves, antes de iniciar el mediodía, Benjamín Saldarriaga llegaba a la cafetería de la Universidad Católica. Buscaba la mesa número tres de la primera fila y esperaba el almuerzo con un cigarrillo eterno entre los labios y un periódico bajo el brazo. Era un hombre tranquilo, silencioso, casi invisible, algo descuidado y con una soledad evidente sobre su manera de andar, su traje oscuro de saco anacrónico y la camisa blanca un poco desajustada. La mirada minuciosa, las manos temblorosas, la voz lenta y precisa, las palabras poco entendibles, su pensamiento continuo, allí, entre tantos estudiantes sin querer estudiar, tratando de explicar un diccionario de mitología de los cinco continentes del cual le faltaba corregir las pruebas. Ese era un martes del 2005, una conversación corta que no se retomaría. Lo habitual era encontrar a Benjamín en una fotografía similar: llegaba a la cafetería, descansaba, fumaba, tal vez conversaba con alguien, almorzaba, leía y hasta el otro día. Sólo faltó una vez, ese jueves 23 de julio del 2009, sólo faltó esa vez, y no volvió.

“En el año 76, cuando yo estaba en la universidad en Bogotá, tenía un grupo de estudio con el que salía los viernes al concierto de la Orquesta Sinfónica de Colombia. Allá conocí a Otto de Greiff, el musicólogo más reconocido del país, con el que luego de los conciertos salíamos a un café en la Candelaria. Un día, en alguna conversación, hice una apología de la cultura musical de Otto y él me dijo: vea paisita, le agradezco mucho sus palabras, pero ustedes en Pereira tienen a la persona que más sabe de música en Colombia, se llama Benjamín Saldarriaga”  Fue la primera vez que el historiador Álvaro Zuluaga, miembro de la Academia Pereirana de Historia, escuchó hablar sobre ese pereirano que nació en la calle 18 entre sexta y séptima un 23 de marzo de 1929, el mayor de los cuatro hijos de emigrantes antioqueños: Martín Saldarriaga y Sara Gonzáles, quienes llegaron a la ciudad en los primeros años de la década del veinte. 
Benjamín, ‘Besago’ o ‘Thomas Lay’, los dos seudónimos con los cuales firmó muchos de sus ensayos sobre música clásica, o sus columnas de opinión en épocas de periodismo, cursó estudios primario en la escuela Antonio José Ricaurte y en el colegio Deogracias Cardona en 1949.  Guiado por la pasión musical de su padre, quien se dejaba llevar en las noches por la nostalgia que otorga un acetato de setenta y ocho al rodar bajo la aguja, Benjamín tuvo preferencias cuando niño por Bach, Mozart, Haendel o Wagner.

“El propio Benjamín Saldarriaga recuerda como con el tiempo, apareció en su casa, junto a la radiola y los acetatos, un potente radio en el cual Don Martín y él sintonizaban emisoras europeas por medio de las que conoció, no sólo a los compositores clásicos que ya había escuchado en la colección de su padre, sino también, y aún antes que cualquiera de sus contemporáneos en los alrededores, los grandes maestros del siglo veinte” Se lee en el discurso del rector de la Universidad Tecnológica de Pereira, Luis Enrique Arango, el cual sin el trabajo biográfico del estudiante de Literatura, Daniel Mirot, no habría, supongo, podido terminar su elogio, con el que la academia le otorgó a Benjamín el título Licenciado en Música Honoris Causa el 5 de diciembre de 2006 “una de las pocas justicias que se le hizo en vida” como asegura Álvaro Zuluaga.
En su juventud, Benjamín abordó a los clásicos de la literatura, entrando así al orbe griego, latino, medieval y renacentistas. Las manifestaciones filosóficas, científicas y artísticas que ha producido la humanidad en la historia, fueron vistas desde la música, composiciones de corcheas y negras haciendo su gramática instrumental en Benjamín, seguidor fiel del oído.
Por esa época, a los dieciséis años, aquel muchacho de Óperas y Sinfonías inició su labor como periodista, la que duró 5 décadas “la vida intelectual de Benjamín arrancó por el periodismo” dice Emilio Gutiérrez, contador de título pero historiador entregado, miembro de la Academia Pereirana de Historia. En 1946, Benjamín fue corresponsal de La Patria de Manizales, luego del Diario del Pacífico y El País de Cali, El Colombiano de Medellín, El Diario de Colombia, La República de Bogotá. En Pereira llegó a ser jefe de redacción y subdirector del ya desaparecido El Diario; encargado de la columna ‘Con el viejo Pereira’ en El diario del Otún y colaborador del Periódico La Tarde en la separata dominical ‘A pleno sol’, elaborada por el escritor Eduardo López Jaramillo. También fundó y realizó especiales sobre música para revistas literarias. Junto al poeta Pablo Locano creó la revista Iscay, con dos ediciones, y fue uno de los impulsores de la Revista Arte y Revista Colombia Turística de Pereira, con Jorge Montoya Velásquez. Hija de estos productos es la revista Pereira Cultural.
“Con la donación que él hizo de los casetes de la Colección Salvat de Música Clásica, inició operaciones radiales la Emisora Cultural Remigio Antonio Cañarte de Pereira, el 15 de mayo de 1990, donde fue libretista varios años” escribe el profesor Jaime Ochoa Ochoa en su libro, aún inédito, Memoria del papel. Atlas bibliográfico del Risaralda. En la Remigio, Benjamín fue el primer programador y libretista, trabajando allí alrededor de cuatro años. 
“En los años 70 conocí a Benjamín como profesor, un hombre muy sereno, suave. Uno ante él estaba frente a un sabio. Era un coleccionista puro de música. Frente a los instrumentos tenía un conocimiento impresionante, simplemente de oído él sabía qué melodía era, compositor, fechas, absolutamente todo. Fue un estudioso toda la vida de la música y un fumador empedernido, dictaba clase fumando” recuerda Jaime Ochoa en su estudio que ha denominado La Cueva, en su casa, en una especie de subterráneo para olvidar cualquier intento de la ciudad por desprenderlo de su mundo y papeles.

Como profesor Benjamín Saldarriaga trabajó por más de 20 años, impartiendo clases de apreciación musical en la Universidad Tecnológica, la U. Católica y la U. Andina  “Benjamín no era experto sólo en música, cuando hablaba de música terminaba hablando de política, historia, geografía, porque era un estudioso, un hombre que todas las mañanas las dedicaba a leer, a transcribir información”.
 Jaime ha sido encargado de la edición de varias de las obras de Benjamín Saldarriaga, entre ellas el Libro de heráldica del Risaralda, una “Recopilación histórica y explicación sucinta de los símbolos patrios, las enseñas, blasones, la ciencia heráldica, la geometría, escudos, banderas, himnos de los municipios del departamento” el cual la Gobernación de Risaralda publicará en una edición de lujo en este año. La simbología de los escudos, la heráldica, era uno de los temas en los cuales Benjamín procuraba enriquecer sus conocimientos. Emilio Rodríguez recuerda que Benjamín, junto a Jorge Roa Martínez, participó en la adopción del actual escudo de Pereira, cuando se realizó el cambio en 1964, un año después de la celebración del Centenario de la ciudad, y en la cual fue el director general de los festejos conmemorativos, en su periodo como concejal entre 1960 y 1966.

Jaime vuelve a los tiempos de La Tertulia, uno de los buenos recuerdos de los días de ‘Besago’, el bar que este “hombre muy serio, que vestía muy elegante, lo que la gente llamaba un dandy” adquirió en la década de los ochenta para gente que gustara de la música clásica. La Tertulia quedaba en la carrera 8 bis con calle 35, y entre sus paredes y música Benjamín compartía sus intereses, sus autores favoritos, uno de ellos Johann Sebastian Bach “difícilmente se puede encontrar en el país, una persona que haya profundizado tanto en el conocimiento de la familia Bach. El dejó unos escritos en el que hace un perfil de los componentes de esta familia, porque Johann Sebastian tuvo 20 hijos, y de esos 15 fueron músicos, y tuvo cinco hermanos músicos, eso fue una familia como de 50 músicos. Y entonces se dedicó a buscar la historia de esa familia tan extraordinaria y él dejó un escrito muy bonito sobre ello”.

En La Tertulia, la imagen de Benjamín Saldarriaga es una de las más alegres, tiempos amables para un hombre que fue abandonado, por las instituciones, por la academia, por los pereiranos. Ahora, cuando ya no está, cuando sus cenizas reposan en la Catedral Nuestra Señora de la Pobreza, inertes, sin nombre para el futuro, con el olvido de una obra infatigable, como muchos otros, lo recordamos.

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